Advertencia:

Los hechos que a continuación se relatan, suceden entre los años 1986 y 2013.

Tanto estos, como los personajes y situaciones, pertenecen al ámbito de la ficción.

De la misma forma que en la vida, algunos de ellos podrían parecer verosímiles. Lo cual es intencional.

Sin embargo, sólo las ilusiones son reales.


domingo, 19 de enero de 2014

2

 Y menos mal que por consejo de Gloria  habían decidido tomarse el viaje con tranquilidad, porque a eso de las nueve de la mañana, en algún punto de la ruta que lleva a Mar del Plata, el pobre auto pincho una rueda.
 Se escuchó como un “ploff” simplemente. Y no fue solamente eso lo que pasó, sino mas bien que el auto entero se dio por vencido.
Martín, tardo unos minutos en reaccionar. No podía ser. Nunca había ocurrido. Jamás " La Maravilla Italiana" lo había decepcionado.
 -¿Se cansó papá?- preguntó Loli, que venía bastante tranquila. Parecía ser que tenía un sexto sentido para entender las cosas.
Él se río y bajó, para ver qué era lo que había pasado. Obviamente, atrás del padre, la nena hizo lo mismo. Gloria gritó que era peligroso. Porque Lolita se había bajado del lado de la ruta y justo pasaba un camión, que tocó bocina a lo loco al ver a la nena en medio del asfalto.
 -¡Dolores!- gritó la madre, dándose vuelta en su asiento. 
Y ella quedó paralizada entre el pasto de la banquina y la brea oscura de la ruta. Fue como si el tiempo mismo se hubiera detenido. El viento cálido le pasaba por las piernitas, la tela del short le pegaba en la piel. Pero no podía moverse para ningún lado.
 Fue un segundo que duró una eternidad, no era por el susto, en realidad, no tenía idea del peligro del camión, del Chapo, que había quedado colgado en la ventanilla a medio  bajar, aullando y arañando desesperado. No fue tampoco el reto de su madre. Fue que en aquel momento, su nombre la alcanzó con la fuerza de una ola que voltea.
 Su nombre la había alcanzado. Seguramente andaba buscándola desde la cuna. Y la nenita de seis años supo, que la mujer  que la miraba desde el pasto, casi translucida como un suspiro, era ella misma dentro de muchos años y que iba a sufrir mucho para poder llegar a esa sonrisa que mostraba.
 Después todo paso muy rápido. Las rodillas contra el suelo. El calor doloroso del asfalto. Gloria gritando, para alcanzarla mientras el pelo lacio, rubio, le caía por la espalda. Martin insultando a su mujer, con palabras redondas y completas. La lengua del Chapotín por la mejilla, la boca, la frente, dejándola toda pegoteada.
 Quedó de cara al cielo celeste nube, con los ojos en blanco. Ya la lluvia había quedado atrás, y por delante venía el destino. En ese momento no supo que le pasó, y aún faltaban muchos años para que pudiera darle una explicación al asunto y aprendiera a lidiar con ello. La marca visible le quedó en forma de cicatriz en la rodilla, y una más importante aún en el alma.
 Martin, la levantó como pudo, la abrazó, y la metieron en el auto aupa de Gloria.
Obviamente, iban a tener que hacer una pasada por algún hospital o salida de turno, antes de llegar a destino. Epilepsia, pensaban los dos, pero ninguno quiso decirlo.
Muchos años después, Lola, ya entendida en ciertos temas, pensó que lo mejor que pudo pasar, fue que ninguno de ellos nombrara a la enfermedad en voz alta, después de todo, podía ser que la estuvieran invitando.
Cuando Martín miró por el retrovisor, vio que no todos habían subido al auto. El Chapotín, estaba muy tranquilo sentado en el pasto, pegándole a la tierra con el rabo, como esperando algo.
Miraba para cualquier lado, la lengua le colgaba de costado y de seguro tenia esa mirada de "no pienso en nada" tan habitual desde que se conocían. Bajó la vista, y pensó en acelerar y dejarlo ahí, para ver si aprendía algo, lo que fuere: A seguir el rastro, a llamar la atención de cualquiera que pasara por la ruta... Pero no. No era probable, ni posible.
Lo que seguramente iba a pasar, era que se iba a quedar ahí, lloviera, nevara o tronara, hasta morir. Porque era tonto, era un perro tontísimo. Pero muy en el fondo de su alma, Martín sabía que dio marcha atrás simplemente por amor. 
De las misma forma que el Chapo sabía, que simplemente tenía que esperar a que volvieran por él y le abrieran la puerta del auto.

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